1 feb 2011

RECUPERAR EL VALOR DEL PLACER.

Hemos perdido la capacidad de conectar con los sentidos, transformando el placer en una idea de lo que vamos a sentir. Así, impactados con la foto de una isla exótica, programamos un viaje y, cuando al fin estamos allí, nos quedamos anclados en las incomodidades, en vez de disfrutar. Atreverse a probar los pequeños placeres como algo único nos permitirá vivir con mayor conciencia e intensidad.




No ha estado mal". Esta era la frase favorita de Adriana. Un día, al poco tiempo de comenzar su terapia, le pregunté: "Adriana, ¿por qué siempre dices "no ha estado mal" y nunca contestas "ha estado muy bien"?". Se quedó paralizada y, cuando pudo recuperarse, aseguró: "Jamás me había dado cuenta de que hablo así, pero, es verdad, nunca digo que algo ha estado bien o muy bien. Y lo peor es que hablo de esta manera porque lo siento así".

A partir de ese momento, Adriana comenzó a darse cuenta de que había perdido la capacidad de sentir un auténtico placer con las cosas que hacía y que, en consecuencia, su vida transitaba por un camino tibio y anodino, donde nada estaba mal, pero tampoco tenía la capacidad de disfrutar del bienestar.

UNA CAPACIDAD ESTIGMATIZADA.

Esto que le pasaba a Adriana, los terapeutas lo vemos con demasiada frecuencia como para tomarlo como un  hecho aislado y, precisamente, es esta reiteración lo que nos lleva a preguntarnos: ¿Qué nos ocurre a todos con la capacidad de sentir placer? La búsqueda del placer tiene muy mala prensa en nuestra cultura; de hecho, a los que persiguen el disfrute se los tilda de ser seres frívolos que van detrás de un hedonismo superficial y pasajero. Pero ¿es cierta esta afirmación? Yo creo rotundamente que no. No lo es. 

Charles Darwin plantea en su maravillosa teoría evolutiva de las especies que las emociones y sensaciones, por perturbadoras que parezcan, han sido absolutamente valiosas y han tenido una incuestionable razón de ser en un determinado momento evolutivo; es decir, que nuestro miedo, nuestra agresividad o nuestro sentido de posesión han resultado de extrema utilidad en nuestra lucha por la supervivencia y, aún hoy, nos son de ayuda en determinadas situaciones si hacemos de ellas un uso adecuado.

EL ORIGEN DEL DESPRESTIGIO.

Este principio es aplicable a todas nuestras sensaciones y emociones. O, dicho de otra manera,   todas nuestras emociones y sensaciones han estado diseñadas con un fin, y prescindir de ellas no es bueno. El placer no se escapa de esta regla y también tiene su finalidad, que veremos más adelante, después de comprender dónde está el origen de su desprestigio. 

Entonces, ¿cuándo adquirió el placer su mala fama? Todo comenzó, aunque parezca increíble, por un principio económico. Resumiéndolo, podríamos enunciarlo más o menos así: tenemos que asegurarnos de que el hijo que va a nacer, y que será nuestro sucesor, es nuestro; por lo tanto, a la mujer que está a nuestro lado tenemos que restringirle la sexualidad. ¿Cómo lo hacemos? Con una censura interna mayor que la censura social: condenando el placer. Así es que toda esta historia empezó al darle carga de pecaminoso al placer sexual y, desde allí, se hizo extensiva a todas las demás formas de placer.

Tengamos en cuenta, además, que nosotros pertenecemos a una matriz cultural judeocristiana, monoteísta, con un único dios -supuestamente hombre y, desde lo literal, aparentemente asexuado-. Esta concepción religiosa marca una pauta cultural sexual muy rígida, comparada, por ejemplo, con la de la Grecia clásica, cuya religión estaba poblada de dioses y diosas que amaban, gozaban, se vengaban y odiaban. Dioses que, emocionalmente, se parecían mucho a nuestra humanidad. A partir de esta matriz cultural, ha existido una prohibición muy clara, no tanto hacia el sexo, porque este es necesario para la procreación, pero sí hacia la obtención de placer.

LAS PRIMERAS TRANSGRESORAS.

De hecho, las primeras pecadoras de la historia fueron Eva y Lilit, porque transgredieron las normas en pos del placer, y así lo expresa la Biblia. El libro del Génesis, en su capítulo 1, dice: "Y Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó".

A continuación, la Biblia cuenta que Dios pensó que no era bueno que el hombre estuviera solo y, por lo tanto, sumió a Adán en un profundo sueño, y dice: "De la costilla que Dios tomó del hombre, hizo una mujer y la trajo al hombre". A esta contradicción bíblica, el cristianismo no hace referencia -hay una pequeña mención en Isaías-, pero la tradición talmúdica sí lo plantea y lo hace de la siguiente manera: existió una primera mujer antes que Eva, que fue Lilit, creada al mismo tiempo que Adán y de la misma arcilla. Lilit era una mujer independiente, sexualmente activa, rebelde y segura, que se consideraba en absoluta igualdad con Adán; por lo tanto, se negó a mirarlo desde abajo en el momento de la cópula y rechazó cualquier otra forma de sometimiento, planteándose así un fuerte conflicto.

EL PESO DE LA CULTURA.

Lilit, para resolverlo, invocó a Dios, quien le dio alas, que ella utilizó para huir de Adán y esconderse en el Mar Rojo. Ante la soledad de Adán, Dios le ordenó volver y la condenó a cuidar de todos los hijos nacidos. Ella se negó y prefirió morar con los demonios lascivos de la noche, viviendo en un mundo de placeres, antes que someterse. Por esto, fue anulado su verdadero origen de la historia y se la convirtió en un personaje demoníaco.

Entonces, Dios creó a Eva -la que todos conocemos- de la costilla de Adán, que fue expulsada del paraíso por desobedecer y no resistirse ante el deseo. Esta es la carga negativa, religiosa y cultural que pesa sobre el placer, estigmatizándolo y haciendo que se viva como un estado trasgresor y peligroso del cual debemos cuidarnos. Hemoss visto en qué medida nuestra cultura asocia el placer con el pecado. Es más, hsta no hace demasiados años, se consideraba que la verdadera virtud radicaba en el sufrimiento, que es lo mismo que decir que se encontraba en el polo opuesto del placer. Pero ¿para qué sirve el placer? ¿Tiene alguna utilidad, tal como planteaba Darwin? Desde luego que la tiene, y es, ni más ni menos, que ser -junto con las deseos- la gran fuente de motivación.

Por ejemplo, ¿qué nos mueve a hacer un viaje, a preparar una rica comida o a estudiar? Encontraremos que la respuesta está en el gusto de hacerlo o en el deseo que subyace detrás de lo que estos hechos nos pueden aportar. Visto así, el placer opera como motor en nuestra vida, que no es poco,. Pero, además, tiene una cualidad adicional y es que, mientras experimentamos sensaciones agradables, nos sentimos más plenos emocionalmente, lo cual contribuye a nuestro equilibrio físico y psíquico.

CONECTAR CON LA VIDA.

Reparemos en los niños. Ellos, que aún no están impregnados del condicionante social y cultural, experimentan gran cantidad de placer ante las cosas: el juego, la comida, las caricias, las cosquillas... la lista es interminable. ¡Qué fantástico sería poder disfrutar como cuando éramos niños! ¡Qué felices y sanos seríamos! 

Por otra parte, el placer mantiene vivo el erotismo, y este erotismo no solo lo desarrollamos desde el punto de vista sexual, sino desde nuestra conexión erótica con la vida, que es un concepto mucho más amplio y que tiene que ver con nuestra fuerza y alegría vital. Por lo tanto, de lo dicho nadie tiene dudas: desde algún rincón de nuestro ser, sabemos de la importancia del placer en nuestra vida y, sin embargo, no conseguimos experimentarlo. Esta quizá sea la mayor limitación de la edad adulta: la dificultad de conectar con el disfrute que nos rodea.

VIVIR EL MOMENTO.

Los adultos no tenemos inconvenientes en reconocer que buscamos la felicidad, pero nos avergüenza decir que anhelamos el placer. Quizá porque la búsqueda de la felicidad está vista como algo más espiritual y, por lo general, se realiza de manera inmediata, sino que hacemos cosas que, supuestamente, con el tiempo nos conducirá a la felicidad.

En cambio, en el placer actúa la inmediatez. Algo nos es placentero mientras lo hacemos. Absurdamente, hemos convertido el placer en un hecho más relacionado con nuestro intelecto que con nuestras sensaciones, tomándolo más como un producto de la idea de lo que vamos a sentir en un futuro que de lo que estamos sintiendo.

Nos resistimos a vivir el momento y, por lo tanto, no sabemos experimentar el disfrute, ya que este tiene una restricción importante: solo puede ser vivido en el aquí y ahora. Y es que el placer es sensorial, no intelectual.

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