12 mar 2011

DAR AMOR, LA CLAVE DEL CRECIMIENTO

La ansiedad, la depresión, los comportamientos adictivos... muchos desórdenes psicológicos de los adultos tienen su origen en los primeros meses de vida. La neoropsicología evidencia que los bebés que disponen de una atención constante y amorosa se convierten en niños empáticos y confiados, que saben expresarse y gestionar sus emociones.








La neurociencia y la psicología evolutiva han demostrado de forma convincente que la primera infancia es el periodo más importante de nuestras vidas en lo que atañe al bienestar emocional y a la salud mental. Aunque existen muchos factores que afectan al modo en que nos convertimos en personas adultas (nuestra propensión genética, nuestra experiencia prenatal en el útero, o el hecho de que nos hayan amamantado o no...), cada vez existen más evidencias científicas de que las primeras relaciones que establecemos en la etapa posnatal son las que tienen un mayor impacto en nuestra vida emocional.

Esta es una información relativamente nueva que aún no es del dominio público. Se trata de un mensaje que algunos padres tienen miedo de escuchar, pues la responsabilidad que comporta les provoca cierta ansiedad. Sin embargo, no deberíamos inquietarnos demasiado; la mayoría de los padres disfrutan con sus bebés y les proporcionan la seguridad emocional suficiente para que crezcan sanos y felices.
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Un bebé aprende a gestionar el estrés en los primeros meses de vida y esto le influye para siempre.
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Pero es fundamental que seamos conscientes de la importancia de satisfacer las necesidades emocionales de los bebés. Todo tipo de problemas sociales tienen su origen en la primera infancia. Muchos jóvenes agresivos, chicas deprimidas y adultos con trastornos adictivos o de personalidad fueron afectados por sus experiencias infantiles.



En muchos casos, no recibieron el cuidado que necesitaban siendo bebés y sus cerebros se organizaron de forma distinta a la de aquellos otros niños que tuvieron unas experiencias de amor más constantes.

Nuestras relaciones más tempranas pueden tener un gran impacto en la dirección que tomará neustra vida. Esto es así porque tienen lugar en una etapa en que aprendemos a "regular" nuestras emociones,, a enfrentarnos al estrés, asñi como a desarrollar estrategias para que satisfagan nuestras necesidadfes. ¿Nos dirigimos a las personas con confianza o las evitamos ansiosamente? ¿Exigimos las cosas con enfado o, más bien, negociamos con calma nuestros deseos? Este es el tipo de comportamientos que aprendemos en la primera infancia.

Los bebés tienen un potencial inmenso, pero dependen de los demás para desarrollarlo. Es lógico, pues tienen que encajar en la cultura y en las circunstancias particulares en las que se encuentran. Del mismo modo que si viven en un país nevoso y frío, aprenderán a comer grsa de ballena y vivirán en pequeños grupos, o si viven en el desierto, aprenderán el modo de vida nómoda y tríbal, si nacen en el seno de una familia enfadada cuyos miembros se dañan mutuamente, el bebé se adaptará a un alto nivel de estrés. Si, en cambio, se trata de una familia acogedora, su respuesta ante el estrés será distinta.

Pero, ¿qué significa el estrés para un bebé? No se trata únicamente del peligro más obvio de estar rodeado de violencia y de ira. Como los bebés dependen tanto del cuidado de los demás, sentirán el mismo estrés si son ignorados cuando lloran como si los separan de su cuidador. De hecho, la respuesta ante el estrés es uno de los primeros sistemas de gestión emocional en desarrollarse. Aunque los niños nacen con la expectativa de poder manejar el estrés, aprenden en los primeros meses de vida a regularlo fisiológicamente (y la forma en que lo aprenden dependerá de las experiencias que tengan). Cuando un bebé es expuesto a más estrés del que puede manejar, corre el riesgo de desarrollar una respuesta hipersensitiva.

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Cuando al bebé se le separa de su cuidador o si llora y no es atendido, libera la hormona del estrés.
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La respuesta ante el estrés -o respuesta del eje HPA (hipotálamo-pituitario-adrenal), como la denominan los científicos- es una respuesta bioquímica desencadenada por la amígdala cerebral, una pequeña área con forma de almendra situada en el centro del cerebro, capaz de evaluar a las personas y las situaciones de una forma rápida y simple y de reaccionar principalmente ante el peligro. Cuando la amígdala se activa, inicia una cadena de reacciones bioquímicas para liberar cortisol, la hormona del estrés, muy útil porque ayuda al cuerpo a centrar su energía en preparar una respuesta. Sin embargo, si un bebé se halla ansioso y estresado durante la mayor parte del tiempo, puede acabar con unos niveles crónicamente altos de cortisol que resultarán dañinos para el desarrollo de su cerebro, todavía en formación.





Un nivel alto de cortisol puede afectar a numerosas estructuras cerebrales de desarrollo temprano, así como a otros sistemas bioquímicos que se van ajustando durante el primer año de vida, como, por ejemplo, aquellos en los que intervienen la serotonina y la dopamina, neurotransmisores implicados en trastornos como la depresión, la agresividad y las adicciones.

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Los altos niveles crónicos de estrés afectan al desarrollo del bebé y a su "cerebro social".
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Otra área vulnerable del cerebro es el córtex prefrontal, la primera del cerebro específicamente humano en desarrollarse, y que se usa para las relaciones sociales avanzadas. Los hummanos somos mamíferos que hemos desarrollado a un alto nivel nuestras capacidades para la crianza. Aunque compartimos los mismos circuitos cerebrales con otros mamíferos, los hemos elaborado de manera que nos permiten reflexionar sobre nuestras emociones y relaciones sociales. Por eso necesitamos un córtex prefrontal o "cerebro social" que sea efectivo, que nos ayude a relacionarnos bien con los demás y a gestionar nuestro comportamiento social.

Estas áreas del cerebro específicamente sociales no se desarrollan automáticamente, sino que lo hacen en respuesta a nuestras experiencias sociales. Una persona aislada de toda experiencia social (como aquellos desgraciados bebés de los orfanatos rumanos) tendrá una estructura cerebral diferente a la de alguien que viva con unos padres dedicados y afectuosos. Experiencias positivas, como las sonrisas mutuas y los juegos con que los padres gozan con sus bebés (el placer de la reacción recíproca) pueden estimular las vías de la dopamina, que se ramifican en el área prefontal durante el primer año de vida, para que liberen glucosa en el córtex prefrontal. Esto proporciona energía y ayuda a que se realicen las conexiones allí.

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Responder rápidamente a las demandas del bebé facilita que aprenda a expresarse.
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Y esto es justamente lo que necesita un bebé: un adulto predecible y protector que responda a su personalidad única y a sus necesidades inmediatas, ya sean las de ser alimentado, calmado o estimulado. La respuesta rápida de los padres a las demandas del bebé le ayuda a descubrir que puede causar un efecto sobre otras personas y a darse cuenta de que puede comunicar deliberadamente sus sentimientos lloriqueando o gritando y, más tarde, mediante el lenguaje.. Un bebé cuyos padres no responden puede interiorizar que sus sentimientos no son entendidos y convertirse en un niño que llora y patalea continuamente, en lugar de pedir y negociar lo que desea.

Los bebés que no obtienen respuestas se estresan intensamente, se sienten indefensos y la liberación de cortisol que se produce puede dificultar el crecimiento de su córtex prefrontal.Si el "cerebro social" queda sin desarrollar, puede provocar varias consecuencias en el niño. La capacidad que puede verse más afectada es la del autocontrol, especialmente si no se desarrolla bien la parte orbitofrontal del córtex prefrontal. Esta área es la que nos proporciona un "botón de pausa" para controlar nuestro comportamiento. 

Si un buen botón de pausa, estaremos a merced de nuestros impulsos y seremos menos capaces de controlar y dirigir nuestra atención. En el caso de un niño, esto afetará a su desarrollo noral, pues sin autocontrol su conciencia puede ser más débil y su capacidad para pensar en las experiencias de otras personas será menor. De hecho, este fundamento básico de la autorregulación desempeña un papel importante en su habilidad para sacar provecho del colegio. Una investigación reciente, llevada a cabo por el psicólogo Clancy Blair y sus colegas de la Universidad Estatal de Pensilvania, EE.UU., siguere que la regulación emocional -la capacidad para controlar los impulsos y centrar la atención- es más importante que la inteligencia para obtener un éxito académico temprano.


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Un bebé desamparado no se desarrollará de manera adaptativa, le faltará empatía.
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La mayoría de los padres disfrutan con su bebé: lo mecen con delicadeza, le hablan de una forma especial, quieren estar a su lado y son capaces de defenderlo con fiereza. La mayoría de los padres no ecesitan pensar en amar a su bebé porque les surge de forma natural de su experiencia de haber sido amados durante su infancia.






Pero esto no siempre es así. En mi experiencia clínica he comprobado que hay padres que tienen dificultades para criar a sus bebés, la mayoría de ellos porque no vivieron una crianza feliz con sus padres. Un considerable número de personas no se sintieron bien cuidadas y protegidas durante su primera infancia, lo que les crea dificultades para atender a sus bebés y les origina unos sentimientos muy encontrados hacia ellos, les resulta difícil amarlos. También e sposible que haya madres que se sientan sin apoyo porque están separadas de sus propias madres. Si las madres no se sienten bien respaldadas, pueden caer fácilmente en una depresión que no le spermita atender a sus bebés. Sea como fuere, todos estos padres pueden mantener una buena relación con sus bebés si reciben la ayuda necesaria. El problema es que la ayuda psicológica cuesta dinero.


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Dedicar recursos a la primera infancia es la garantía para crear sociedades más felices.
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En cuanto entendamos el papel tan importante que desempeña la primera infancia en nuestra formación como individuos, nos ocuparemos de priorizar que todos los bebés reciban un cuidado suficiente. Un primer paso sería proporcionar un apoyo financiero generoso a la crianza de los bebés, algo que es crucial, pues garantizaría que los padres pudieran cuidar de sus propios bebés. Se trata de una tarea que es muy personal y que realizan mucho mejor los padres o los cuidadores que tienen un vínculo real con el niño en cuestión. Pero, además, debemos procurar que el apoyo psicológico sea asequible y que las necesidades emocionales del bebé puedan estar satisfechas del mismo modo en que lo están sus necesidades físicas.



No se trata solo de una cuestión personal que debe dejarse en manos de los padres. Se trata de una cuestión de interés social, ya que la primera infancia tiene un gran significado para nuestra cultura en general. Si queremos que la próxima generación sea una sociedad de personas bien equilibradas que puedan manejar sus emociones, que tengan autocontrol, que puedan prestar atención, pensar y aprender, y que se preocupen y sientan compasión por los demás, debemos proporcionales experiencias de este tipo en las primeras etapas de sus vidas.

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