17 mar 2011

Relatos para curar el alma -1º Parte

Poder verbalizar nuestras experiencias, construir un relato de nuestra vida, nos fortalece y permite sanar nuestras heridas. En este extracto de su último libro, y de la mano de Pierrot, Émile, Mugabo y Akayesu, Cyrulnik nos muestra que dejar espacio a las palabras es esencial para reescribir nuestra biografía.



Pierrot hablaba siempre de su padre. Todos los días. El pequeño poblado de Bastidon, en Provenza, aún sangraba debido a l valor de los cuarenta resistentes exterminados en junio de 1944 por el ejército alemán. La madre de Pierrot decía que su marido había caído al final de la guerra y el niño, inflamado de orgullo, se sentía feliz de tener un padre como este. Y digo bien, "tener" y no "haber tenido" un padre así, pues su padre estaba vivo en los relatos que se escuchaban cuando se rememoraba el reclutamiento de resistentes en el ALto Var. Pierrot era un niño feliz. Crecía junto a su amorosa madre y atiborraba a sus compañeros de escuela con relatos bellos y terribles que recogía sobre el "guerrillero" de Bastidon.

Cincuenta años después, rebuscando en los archivos de ayuntamientos, hospitales y comisarías, se pudo saber que, en efecto, el padre de Pierrot había sido fusilado... durante la Liberación, por colaborar con el ejército de ocupación y por desempeñar un papel importante en el arresto de numerosos resistentes.

Al final de la frase, Pierrot se hunde. Su alma murió, asesinada por una declaración. No le reprochó nada a su madre, quien no le había mentido del todo. Sencillamente había acomodado las palabras con el propósito de no herir al niño: "Mataron a tu padre al final de la guerra..". Había situado en el pasillo de entrada a su casa una fotografía enmarcada de su marido, un hombre que Pierrot no había visto envejecer. El niño había amado a un monstruo, ¡y ese amor lo había fortalecido! En realidad, había admirado la imagen de un padre valiente, glorificado por los relatos de posguerra.

Después de la revelación, cada vez que pisaba el pasillo, una fuerza interior lo impulsaba a girar la cabeza para no encontrar la mirada del padre. Un archivo, al momento en que conoció la nueva versión de la historia de su padre, Pierrot había pasado del orgullo a la vergüenza, de la alegría a la tristeza; y esos nuevos sentimientos modificaban de tal manera la idea que se había hecho de sí mismo que sus amigos ya no le reconocían.: "ha cambiado. Se queda callado, evita las miradas".

Todas las historias de una vida son locas. Con una sola existencia, se podrían escribir cien relatos sin mentir. Basta con agregar un testimonio, un documental o una declaración inquietante.


LA FRASE QUE MATA. - EL ARCHIVO QUE CURA.


Émile nació en 1944 en la Maternidad de Denfert- Rochereau de París. Abandonada al nacer, fue confiada a una familia de acogida. La niña adoraba a su nuevo padre, que trabajaba en el campo y gobernaba afectuosamente su pequeño mundo. Todo marchaba bien hasta que la niña preguntó quiénes eran sus verdaderos padres. El hombre respondió: "Tu madre era una puta. Te abandonó para irse con un saoldado alemán". Más tarde, nadie sospechó que tras la carita sonriente y la aparente madurez de Émile se acababa de alojar un enorme sufrimiento.

Cincuenta años después, Émile decidió investigar sus orígenes. Viajó, conoció a personas y no se perdió un solo libro ni un solo filme documental o de ficción que evocara la Segunda Guerra Mundial.

A través de este trabajo de la memoria, Émile no revivía el sufrimiento pasado sino que sacaba a la luz hechos que por fin podía dominar: "Tengo la impresión de tomar en mis manos mi propia historia y de cerrar el abismo de mis orígenes". Ese trabajo modificaba la representación de sí misma, puesto que llenaba la grieta de las raíces con información.

Un día, Émile visitó a una señora de edad avanzada que había conocido a sus padres y tenía una fotografía de ellos. Por primera vez en su vida, la hija de 60 años podía ver el rostro de sus progenitores. Eran bellos y jóvenes, Émile se enamoró inmediatamente de ellos.

A partir de entonces la investigación fue fácil y, en pocos meses, Émile pudo confeccionar todo un álbum. La vergüenza dejaba lugar al orgullo de tener unos padres bellos, jóvenes y cultos. Su madre había dejado de ser una puta y su padre ya no era un alemanote (boche). Una joven francesa se había enamorado de un joven alemán aislado para la guerra. Émile descubría que había nacido del amor y esta nueva representación de sus orígenes cambiaba el sentimiento que experimentaba hacia sí misma.

Con una sola palabra, con una sola fotografía, había pasado de la vergüenza al orgullo. Su mejor amiga, que había sido testigo de su tristeza, compartía con placer su feliz florecimiento. Pero prefería callar cuando Émile mostraba orgullosa a su padre vestido con el uniforme de la Wehrmacht. Su amiga era judía y, para ella, ese atuendo tenía una significación angustiante: su historia personal le atribuía la marca de un crimen. Para Émile, no obstante, ese uniforme era un hito de identidad, al verlo se convertía en alemana y no en la hija de un "soldado alemán".

Durante la posguerra, Émile no había podido indagar en sus orígenes porque el contexto cultural no le permitía transformarlos en una bella historia. Ese contexto condenaba a la niña a ser la "hija de un soldado alemán", y su padre de acogida, con una sola frase, había mortificado su alma. Pierrot había pasado del orgullo a la vergüenza, mientras que Émile había recorrido el camino inverso. Los relatos con los que había crecido -los de sus familias y los de sus culturas- les habían inculcado en el alma una representación de sí mismos turbada por los mitos sociales. Entonces, ¿es posible que algunas sociedades faciliten la resiliencia ayudando al herido a retomar un nuevo camino, y que otras la impidan contando de manera diferente la misma tragedia?


EL PUDOR Y EL SUFRIMIENTO.

Las perturbaciones tras un trauma suelen ser las mismas, al margen del contexto cultural; la persona herida se vuelve ansiosa, irritable, revive las imágenes de horror y, ante un hecho que le recuerde el trauma, siente el mismo sufrimiento. Sin embargo, cada cultura ofrece posibilidades de expresión de la herida que permiten la resilencia o que la impiden.

En la cultura ruandesa, no es adecuado quejarse o llorar. Las personas que han sufrido un trauma componen una fachada digna, aparentemente indiferente, a fin de ocultar su sufrimiento. Pero, por la noche, pueden explicar lo que les sucedió y cómo reaccionaron sin temor a ser juzgados. Cuando un sufriente tiene dificultades para expresarse o para decir "Me pasó esto", puede representarlo como un cuento que todos escuchan con respeto.

El sufrimiento es, probablemente, el mismo en todo ser humano traumatizado, pero la expresión de su tormento dependerá de los tutores de reiliencia que la cultura disponga alrededor del sufriente.

La invitación a la palabra o la obligación de silencio, el apoyo afectivo o el desprecio, la ayuda social o el abandono cargan la misma herida de una significación diferente. Pierrot se calló cuando la traición de su padre se hizo pública. Émile se sorprendió al comprobar que su sufrimiento se podía transformar en el placer ed descubrir su historia y contarla.

Mugabo, el pequeño tutsi, era un buen alumno y delegado de clase por su especial habilidad para facilitar las relaciones entre los suyos. Para él era imposible adivinar la tragedia que le esperaba cuando vio aparecer en su escuela a los vecinos de sus padres, el farmacéutico y el encargado del garaje, armados con cuchillos y porras. No experimentó sensación de peligro cuando sus compañeros de clase le señalaban con el dedo a los agresores. Fue herido gravemente pero, por suerte, quedó inconsciente y lo dieron por muerto. Volvió en sí, después de varios días en estado de coma, en una iglesia cubierta de cadáveres en descomposición.

Los adultos que lo encontraron lo curaron, le rodearon de cuidados y le transmitieron con la mirada una compasión tranquilizadora. Sin embargo, el proceso de resiliencia no se inició porque la cultura, destruida por el genocidio, había perdido sus lugares nominales [ espacios donde expresar su dolor]. Durante el día...

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