31 ene 2011

APRENDER JUGANDO

El juego es una capacidad innata del niño, una forma de descubrir el mundo que le rodea y aprenderse a sí mismo. Por eso es importante fomentar el juego entre los más pequeños, acompañarles para fortalecer nuestros lazos de unión y ayudarles a descubrir nuevas habilidades y formas de relación.






El juego es la actividad natural del niño, aunque no sólo de él. Podemos vivir sin jugar, pero vivimos mucho peor. El juego es una muestra de nuestra capacidad para experimentar placer y, por tanto, una señal de salud.

Para el niño es prácticamente imprescindible, y no sólo porque disfrutar es una necesidad del organismo, sino porque a través del juego se desarrollan la mayoría de las capacidades psicológicas y físicas durante la primera infancia.

Quizá por esta razón, los niños desean jugar todo el día. Y lo lógico es que los mayores respondamos a esa demanda  y propiciemos las condiciones para que el juego de los pequeños tenga lugar libremente.

EXPLORAR EL MUNDO.

Como es lógico, el tipo de juego que realizan los niños a cada edad se corresponde con su nivel de desarrollo. Pero también podemos darle  la vuelta a esta afirmación: el nivel de desarrollo también depende de cuánto y a qué se haya jugado. Así, el bebé que gatea experimenta sus primeras capacidades y, paralelamente, descubre las leyes físicas básicas cuando intenta introducir unos objetos dentro de otros o cuando los arroja al suelo. A nosotros nos puede parecer algo obvio, pero a los ocho meses es un fenómeno que debe ser "estudiado" minuciosamente. Una vez confirmada la ley de la gravedad, toma sentido el juego de amontonar cosas intentando que no se caigan.

Este primer tipo de juego es el que se llama sensoriomotriz. El niño trata de conocer el mundo y a sí mismo a través de sus sentidos: ver, manipular, comprobar hasta dónde se es capaz... Es el único juego que el niño desarrollará durante su primer año de vida. Con el tiempo, adquirirá la capacidad de representar, de hacer "como si" un objeto fuera otra cosa. Un perro de peluche puede ser un perro real o un objeto cualquiera puede convertirse, por ejemplo, en un teléfono. Se trata del nacimiento del juego simbólico.

EL JUEGO SIMBÓLICO.

A menudo, el juego sensoriomotriz y, sobre todo, el simbólico requieren la compañía de otros. Hasta los tres o cuatro años, es la madre o el padre quien pone nombre a lo que ocurre y son ellos los que, de forma natural, van a proponer al pequeño nuevos retos. Es con las personas adultas con quien el niño practicará inicialmente el juego simbólico aplicado a las relaciones. Mamá es mamá, pero por un rato también puede ser el médico o las cajera del súper.  Más adelante, el juego simbólico será el juego que compartirá sus primeros amigos.

Este tipo de juego se prolongará hasta los siete u ocho años, e incluso más, aunque entonces lo combinará con otras actividades lúdicas. Jugar a las cocinas, a hacer la compra o imitar cualquier otra situación cotidiana es el entretenimiento preferido de la mayoría de los niños de estas edades. Y con él se consolida el juego social.

Una característica del juego simbólico es que permite la proyección y, por consiguiente, la elaboración de los miedos, preocupaciones y alegrías de los niños. Los papeles con que se identifican los niños dicen mucho de su mente y de su vida. Por este motivo, algunos educadores optan por realizar las sesiones de psicomotricidad basándose en el juego libre y simbólico.

Hay que decir que cada tipo de juego incorpora muchos aspectos del anterior. Así, cuando un niño se mete en un aro y dice "es mi casa", está realizando una representación simbólica. Pero, a la vez, está estableciendo un límite físico real entre "su" espacio y "el resto", consolidando el concepto de "dentro" y "fuera" que ya empezó a experimentar en la fase sensoriomotriz.

Otra característica del juego simbólico es su relación con los cuentos. El gran cuentista y educador Gianni Rodari, en su recomendable Gramática de la fantasía, explica esta relación como forma de creatividad común entre el juego simbólico y el cuento.


RESPETAR LAS REGLAS.

Hacia los siete años, aparece el juego normativo. Hasta ahora, si un niño participaba en un juego "de mayores" -ya fuera la oca o el fútbol-, no entendía muy bien sus normas y, sobre todo, no comprendía que pudiera perder, es decir, que sus deseos no se correspondan con la realidad. A partir de esta edad, el niño es capaz de una mayor objetividad y, por consiguiente, empieza a entender y aceptar esas reglas.

Poco a poco, comprobaremos que los niños introducen algunas normas en su juego simbólico -"los indios ni pueden utilizar pistolas"-. Esto, al principio, será motivo de no pocos conflictos, sobre todo cuando las normas tienen que ser negociadas. Pero también hay que entender que esas discusiones son necesarias para ir negociando y aceptando un marco común, y no sólo en el juego. Al mismo tiempo, empezarán a interesarse por los juegos normativos ya establecidos y que se aprenden de la mano de otros niños mayores o de los adultos. Así, disfrutarán con los juegos de mesa y aquellos juegos normativos que se practican en grupo y al aire libre: el ajedrez, la oca, el parchís, o la rayuela, la gallina ciega, el pañuelo...




FUENTE DE VALORES Y HABILIDADES.


La mayoría de juegos normativos forman parte de la cultura y de la historia de un territorio, de manera que conocerlos es, en cierto modo, encontrarse en ellas. Además, cuanto mayor sea la diversidad de los juegos, más valores, habilidades y conocimientos podrán adquirir los más pequeños.


Sin embargo, si observamos a los niños en los patios de las escuelas, comprobaremos que, por regla general, existe un preocupante "monocultivo" de juegos: les vemos con juguetes de moda o jugando al fútbol, y poca cosa más. Y es que nuestros niños tienen tan poco tiempo y oportunidades de jugar juntos libremente, que han ido perdiendo buena parte de esa riqueza. Además, su principal fuente de conocimiento es la televisión, que en contadas ocasiones enseña a jugar.


Por eso resulta una buena idea recuperar juegos tradicionales: preguntar a los abuelos por sus juegos infantiles, explicar a los niños cómo nos divertíamos de pequeños, buscar en libros juegos de todo el mundo... 
También existen muchos juegos que son más adecuados para jugar en familia, y es sabido que pocas cosas fortalecen más los vínculos que disfrutar juntos.


Pero también hay una parte del juego que preocupa a algunos padres y madres. A muchos adultos no les gusta ver cómo sus hijos hacen sus primeros descubrimientos sexuales o representan la muerte en sus juegos. Pero la magia del juego es que todo es posible y todo puede experimentarse. Se puede jugar a que alguien muere, pero ese alguien después de levanta y no ha pasado nada. Se puede ser fiera y cordero, marido y mujer, bebé que nace o mamá que pare, todo a la vez o con segundos de diferencia.


Con el juego puede canalizarse la agresividad o el deseo sin riesgo para nadie. ¿El límite? Como siempre en toda actividad infantil, los niños deben tener claro que no se puede hacer daño real -físico ni emocional- ni a sí mismos ni a los demás, ni utilizar la fuerza para obligar a alguien a que haga algo que no quiere. Más allá de esto, el juego por definición debe ser libre y elegido por los niños. No tiene sentido obligar a jugar a algo en concreto ni intervenir demasiado. Confiemos en su instinto para escoger los juegos que necesitan en cada momento.


PERMITIR EL ENTRETENIMIENTO.


Vivimos en una sociedad donde se da la contradicción de sobrevalorar el trabajo y el esfuerzo, a la vez que se ensalza el descanso y la inactividad. En medio, está la actividad placentera y autorregulada, el juego, que los niños realizan de forma natural hasta que los adultos intervenimos en exceso, descompensando ese impulso instintivo.


Dejar tiempo libre entre tantas actividades extraescolares, facilitar que los niños se encuentren entre ellos, acompañarlos para que descubran juegos nuevos o disfrutar con ellos del entretenimiento en familia (sobre todo cuando la tentación del televisor es demasiado fuerte) es lo mejor que podemos hacer para ayudarles a que se desarrollen plenamente.

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