26 ene 2011

EL NÚCLEO DEL EGO

Cuando no reaccionamos al ego de los demás, curiosamente, conseguimos que aflore en los otros la cordura.





La mayoría de la gente está tan completamente identificada con la voz de su cabeza -el torrente incesante de pensamiento involuntario y compulsivo y las emociones que lo compañan- que podríamos describirla como poseída por su mente. Cuando eres completamente inconsciente de esto, crees que el pensador eres tú.
Eso es la mente egótica.

La llamamos egótica porque hay un sentido del yo (ego) en cada pensamiento, en cada recuerdo, interpretación, opinión, punto de vista, reacción, emoción. En términos espirituales, esto es la inconsciencia. Por supuesto, tu pensamiento, el contenido de tu mente, está condicionado por el pasado: educación, cultura, entorno familiar... El núcleo de la mente consiste en ciertos pensamientos y emociones repetitivos y persistentes, y en pautas de reacción con las que nos identificamos con más fuerza. Esa entidad es el mismo ego.

LA CONSTRUCCIÓN DEL YO.

En la mayoría de los casos, cuando dices "yo", es el ego el que habla, no tú. El ego consiste en pensamientos y emociones, en un puñado de recuerdos con los que te identificas como "yo y mi historia", en papeles habituales que desempeñas sin saberlo,  en identificaciones colectivas como la nacionalidad, la religión, la raza, la clase social o la filiación política. También contiene identificaciones personales, no solo con las posesiones, sino también con opiniones, apariencia externa, resentimientos duraderos o conceptos de ti mismo.

El contenido del ego varía de unas personas a otras, pero en todo ego actúa la misma estructura. En el fondo, todos viven de la identificación y de la separación. Cuando vives a través del ego, es decir, del yo creado por la mente y formado por pensamientos y emociones, la base de tu identidad es precaria porque el pensamiento y la emoción son, por naturaleza, efímeros, fugaces. Así pues, todo ego está luchando constantemente por la supervivencia, intentando protegerse y agradarse. Para sostener la idea del yo, necesita la idea opuesta de "el otro".

El yo conceptual no puede sobrevivir sin "el otro" conceptual. Los otros son más otros cuando los veo como mis enemigos. En un extremo de la escala de esta pauta inconsciente del ego está el compulsivo hábito egoísta de encontrar defectos en los otros y quejarse de ellos. En el otro extremo de la escala, hay violencia física entre individuos y guerra entre ocasiones.

QUEJAS Y RESENTIMIENTO.

Quejarse es una de las estrategias favoritas del ego para reforzarse. Toda queja es una interpretación que la mente inventa y que tú te crees por completo. Da igual que te quejes en voz alta o que solo lo pienses. Algunos egos que tal vez no tengan mucho más con lo que identificarse sobreviven fácilmente solo a base de quejas.

Cuando estás en las garras de un ego así, es habitual y, por supuesto, inconsciente quejarse, sobre todo de otra gente. Una parte de esta pauta suele ser el aplicar etiquetas mentales negativas a la gente, ya sea a la cara o -más frecuentemente- cuando hablas de ellos con otros, o incluso cuando piensas en ellos. El insulto es la forma más tosca de este etiquetado y de la necesidad que tiene el ego de tener razón y triunfar sobre otros. En el siguiente nivel, bajando por la escala de la inconsciencia, están los gritos y chillidos, y no mucho más abajo la violencia física.

El resentimiento es la emoción que acompaña a la queja y al etiquetado mental de la gente, y que añade aún más energía al ego. Te resientes de la codicia de los otros, de su deshonestidad, de su falta de integridad, de lo que están haciendo, de lo que deberían o no deberían haber hecho. Al ego le encanta eso.

En lugar de disculpar la inconsciencia de los demás, la convierte en tu identidad. ¿Quién está haciendo eso? Tu parte inconsciente, el ego. A veces, la "culpa" que percibes en otros ni siquiera existe. Es un malentendido, una proyección de una mente condicionada para ver enemigos y demostrar que tiene razón o es superior. Otras veces es posible que la culpa exista; pero, al centrarte en ella, la magnificas.

PERDONAR A LOS DEMÁS.

No reaccionar al ego de los otros es una de las maneras más eficaces de superar el propio ego, y también de disolver el ego colectivo humano. Pero solo puedes hacerlo si eres capaz de reconocer que la conducta de alguien viene del ego. Muchas veces, al no reaccionar ante el ego, serás capaz de hacer aflorar en otros la cordura, que es la conciencia no condicionada. En ocasiones, tendrás que tomar medidas prácticas para protegerte de personas profundamente inconscientes. Tu mayor protección es ser consciente. No reaccionar no es un signo de debilidad sino de fuerza. Otra palabra para la no reacción es "perdón". Perdonar es mirar más allá del ego para ver la cordura que hay en todo ser humano, que es su esencia.

SER CONSCIENTES DE LA VOZ.

Al ego le encanta quejarse y sentir rencor, no solo de otras personas, sino también de las situaciones. La reacción es siempre: "Esto no debería estar ocurriendo; no quiero estar aquí; no quiero estar haciendo esto; me están tratando injustamente". Y el mayor enemigo del ego es el momento presente; es decir, la vida misma.

No se debe confundir quejarse con informar a alguien de un error o deficiencia a fin de que se corrija. No hay ego en decirle al camarero que la sopa está fría y hay que calentarla, siempre que nos atengamos a los hechos, que son neutrales. "¿Cómo te atreves a servirme la sopa fría?, eso es quejarse. Ahí hay un yo que disfruta poniendo a otros en evidencia.

Debemos esforzarnos por ser conscientes de la voz en la cabeza, tal vez en el momento preciso en que se queja de algo, y reconocerla como lo que es: la voz del ego, nada más que una pausa mental condicionada, un pensamiento. Cada vez que notes esa voz, te darás cuenta también de que la voz no eres tú, que tú eres el consciente de ella. En el fondo está la conciencia.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Share

Twitter Delicious Facebook Digg Stumbleupon Favorites More