30 ene 2011

CUANDO SE NOS ROMPE EL CORAZÓN

Se encoge de pena; se hiela de estupor; se ensancha de esperanza... Es ya una evidencia científica que las emociones influyen en la salud de nuestro corazón.









Se puede morir de amor? O, mejor dicho, ¿de desamor? ¿Se puede llegar a morir de pena? Si atendemos a la literatura universal de todos los tiempos, o escuchamos una canción de cualquier temática,, morir con el "corazón partido" suele ser de una frecuencia preocupante. Incluso puede que conozcamos de primera mano la historia de alguna persona que ha muerto poco tiempo después de haber perdido a su ser más querido porque no ha podido superar la soledad.

Pero ¿refrendan las investigaciones médicas estas creencias generalizadas y ancestrales? La respuesta podría ser afirmativa, ya que cada vez se están hallando más evidencias científicas. Desde los años noventa en japón, y más recientemente en Estados Unidos y en Europa, los investigadores médicos han prestado atención al síndrome de disfunción apical transitoria o cardiomiopatía de Takotsubo, porque el corazón toma la forma de una vasija que tiene ese nombre y que es utilizada para atrapar pulpos. En definitiva, los investigadores ya distinguen el síndrome de corazón roto del clásico infarto de miocardio, con el que solía confundirse.

Durante siglos y siglos, se ha identificado el corazón como la sede de los sentimientos.Actualmente sabemos que el desencadenante de las emociones es el sistema límbico, ubicado en la zona media central de nuestro cerebro. ¿Quién es, entonces, el verdadero culpable de la muerte por corazón roto? ¿El corazón o la mente?

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La mente tiene una influencia directa sobre la salud del principal músculo del cuerpo el corazón.
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Se ha demostrado que existe una autovía de doble dirección que conecta ambos órganos, el cerebro y el corazón. De hecho, todas las emociones conllevan una alteración más o menos intensa en la presión sanguínea  y en el funcionamiento cardiovascular, lo que justifica sobradamente que el corazón siga siendo, popularmente, la sede de las emociones. Pero no debemos confundirnos: lo que puede conducir a la muerte por corazón roto es básicamente el cerebro, la mente.

Las emociones, según los descubrimientos más recientes de las neurociencias, se originan a partir de los estímulos que el cerebro instintivo provoca en el cerebro emocional o sistema límbico. Eso quiere decir que las emociones son, en realidad, las respuestas fisiológicas al embate de un impulso instintivo básico. En el caso de las emociones negativas, estas vienen siempre acompañadas de un importante incremento en los niveles de la adrenalina, y de las restantes hormonas del estrés, en el torrente circulatorio. Como consecuencia, tiene lugar un proceso inflamatorio del corazón que, cuando las cantidades de hormonas son excesivas o el corazón tiene deficiencias físicas anteriores, puede conducir a la mente.

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Algunos episodios de infarto se corresponden, en realidad, con el síndrome del corazón roto.
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El doctor Ilan Wittstein, del prestigioso hospital Johns Hopkins de Baltimore, en Estados Unidos, ha señalizado las principales diferencias entre un infarto clásico y el síndrome del corazón roto.

De hecho, según los datos recogidos por el doctor Wittstein, es muy probable que entre el % y el 2% de las personas que fueron diagnosticadas de un infarto sufrieran, en realidad, un episodio de síndrome del corazón roto. Además, esta afección se ha evidenciado en pacientes que gozaban de buena salud y que no presentaban ningún factor de riesgo cardíaco.

En el síndrome de corazón roto, la concentración de hormonas del estrés presentes en la sangre es el doble o el triple que en los casos de infarto. Asimismo, los patrones de los impulsos eléctricos y de las contracciones del corazón son muy diferentes.

Del mismo modo, en el síndrome de corazón roto, si el paciente no muere en el ataque, el funcionamiento normal del corazón se recupera en cuestión de días -o, como máximo, en el plazo de unas pocas semanas-, mientras que la recuperación tras padecer un infarto clásico puede alargarse durante unos cuantos meses.

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Los episodios de estrés agudo o crónico predisponen a que el sistema cardiovascular falle.
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Y... ¿qué nos rompe el corazón? Entre los pacientes afectados por corazón roto, se han evidenciado como posibles causas las más variadas situaciones con una fuerte carga emocional. Pasar por experiencias como la pérdida reciente de un ser querido, haber protagonizado un accidente fatal, haber sido víctima de un robo a mano armada...; pero también causas aparentemente tan inofensivas como el temor a hablar en público, haber sido citados a comparecer frente a un tribunal o, simplemente, tener el choque emocional de una fiesta sorpresa. En definitiva, el síndrome del corazón roto puede estar ocasionado por cualquier experiencia que pueda provocar una sobrecarga súbita y excesiva de adrenalina y hormonas dele estrés que dañen los vasos capilares y aturdan los músculos del corazón.

También parece bastante clara la influencia de la personalidad en el riesgo de afectaciones coronarias. Una personalidad optimista es una buena protección coronaria; por el contrario, una personalidad melancólica, colérica o irascible tiene el doble de riesgo de padecer un accidente coronario.

Pero no solo el exceso súbito de hormonas del estrés puede provocar el síndrome de corazón roto. Estar sometido de forma continuada a una situación de estrés también puede rompernos el corazón. El miedo prolongado o la depresión fuerte y persistente, o el agotamiento sin tregua por un esfuerzo físico o psíquico excesivo... Cada vez es más evidente que hay que introducir en esta lista el llamado síndrome del "quemado" por el trabajo o por cualquier situación de exigencia exagerada -en inglés, burn out-, tan frecuente entre los ejecutivos adictos al trabajo que no descansan ni un minuto de su vida o en los empleados sometidos a un intenso acoso y derribo laboral -mobbing-. Especialmente trágico es el caso de los bomberos que sobreviven a las llamas y a los que, posteriormente, el estrés les pasa factura. La mejor protección contra la muerte por "corazón partido" es, pues, el cuidado de las emociones.

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La práctica de actividad física y de disciplinas como el yoga ayudan a tener un corazón saludable.
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Cuidar nuestras emociones significa moderar el estrés provocado por el agotamiento, el miedo, la ira e, incluso, el duelo. Perder a un ser muy querido implica, inevitablemente, sufrir el consiguiente estrés del duelo. No se puede asumir esta pérdida en unas pocas horas, pero tampoco se debe sucumbir eternamente ante la desgracia. No hasta el punto de poner en riesgo la propia vida.

Es imprescindible no dejarse arrastrar por las emociones negativas fuertes. Para ello, podemos recurrir al control mental y evitar, así, que se desborden las hormonas del estrés. Sea cual sea la causa de este nerviosismo extremo, debemos recurrir a estrategias antiestrés para reducirlo: saber distraernos con las ocupaciones cotidianas, evocar pensamientos positivos, practicar yoga o técnicas de relajación... Dicho de otra manera, se trata de evitar a toda costa el secuestro emocional, ese bucle nocivo en el que una emoción se instala de manera obsesiva y permanente, ocasionando que las hormonas del estrés se acumulen y afecten la salud de nuestro sistema cardiovascular.

Sabemos que solo hay dos puntos que conducen a la salida de un bache emocional: eliminar la causa externa que lo ha originado -algo que puede resultar muy complicado en ciertos casos- o sobreponiendo el control del cerebro racional al cerebro emocional.

En cualquier caso, siempre es conveniente recurrir a las medidas preventivas. Hay que vigilar la presión sanguínea con regularidad y si se aprecia alguna anomalía, recurrir sin dilación a la consulta de un facultativo. Tenemos que reaccionar pronta y eficazmente ante cualquier episodio depresivo, por pequeño e inofensivo que parezca, y acudir a u psicólogo o terapeuta antes de que el nivel de estrés perjudique nuestro sistema cardiovascular. De la misma manera, conviene que nos replanteemos nuestro estilo de vida si el estrés empieza a asomar.

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Para paliar el estrés no hay que encerrarse en una torre de marfil, sino salir al mundo con ilusión.
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Está demostrado que la actitud positiva frente al estrés se transmite por empatía de padres a hijos. La madre, en particular transmite tranquilidad o nerviosismo a su bebé desde la fase intrauterina y las eventuales depresiones postparto afectan sobremanera al futuro bagaje psíquico del bebé.

La prevención para disfrutar de un corazón si fisuras empieza entonces en el ámbito familiar y desde la más tierna infancia. Es importante tener en cuenta que los estados de ánimo, tanto los positivos como los negativos, se contagian.

No obstante, prevenir no implica huir de todo compromiso emocional para así evitar el dolor de no ser correspondido o de ser abandonado en un futuro. Son muchas las personas que, probablemente de manera inconsciente, huyen del placer presente para evitar un posible dolor futuro. Esta opción representa vivir a medio gas, y no es garantía de buena salud.

Pero vivir con plenitud y alegría, y desarrollar una actitud optimista, comporta arriesgarse. Y será más fácil hacerlo si pensamos que, por sólidas que parezcan las corazas protectoras, el destino puede sorprendernos con un dolor inesperado.

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Podemos superar un estado de ánimo negativo con emociones positivas de igual intensidad.
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Si algo o alguien nos rompe el corazón en un momento determinado, se trata de saber cómo podemos recomponerlo lo antes posible, contrarrestando las emociones negativas con dosis de emociones positivas.

Como dice la sabiduría popular, decantada por siglos de praxis,la mejor manera de cubrir el agujero dejado por un clavo es con otro clavo- ¿Quién puede reprocharle al amante abandonado que busque rápidamente un nuevo amor? ¿Quién se puede oponer a que unos padres que han perdido a un hijo vuelvan a desear engendrar otro pequeño en quien depositar su amor?.

Es posible sobrevivir a un corazón roto, tanto física como emocionalmente. Se trata de cerrar ese capítulo doloroso de nuestra vida para abrir uno nuevo lleno de esperanza. Con creciente ilusión, con el optimismo de que muchas cosas buenas nos están esperando a la vuelta de la esquina.


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